domingo, 16 de agosto de 2009

LAS TARDES TENDIDAS

Suelo tender la tarde desde mi ventana al olvido de los días azules.
Y poner a secar mis poemas mojados.
Y mirar donde el mar es recuerdo en los ojos antiguos del cielo.
Y contemplar como asciende lentamente el humo
que le sobra al fuego de mis dedos.
Y sorber todo el aire que admiten mis pulmones,
todo el aire que expulso para inevitablemente asfixiarme un día.
Suelo sentarme en la estela de barcos que no vuelven.
Y mecerme en la cuerda trenzada por el vuelo de las golondrinas.
Tiendo a recordar lo no vivido y olvidar lo cercano, quizás por anodino.
A soñar que sueño, que todo importa algo, aunque nada importe ya.
A no creer en nada que pueda ser creíble.
A reír inocente como ríen los niños.
A llorar y llorar, llorar sin llanto
porque no laven las lágrimas el dolor que me cubre.
Y suelo escribir, a veces, palabras sin pulmones
que vuelan por el aire, el aire enrarecido
donde naufraga, en las tardes tendidas, el fulgor del ocaso.