viernes, 16 de octubre de 2020

ÚLTIMO TREN AL OLVIDO

 


                                             

                                            Cabellera era de trenes

                                             la tarde

                                                   DÁMASO ALONSO

                                             

Perdida la memoria sólo queda

la negra soledad de los vencidos

      RAMÓN GARCÍA MATEOS

 

                volverás a correr detrás de todos los trenes

                                             como único oficio

                                                      JOSÉ LUIS GARCÍA HERRERA

 

 

I   

Pasaban trenes con sol en los cristales,

sol de madrugada cayendo tibio

sobre el anhelo infantil de ver el mar.

Se llevaban los sueños y rostros tenues

se adivinaban, fugaces, pasajeros,

en los cofres de acero centelleantes;

la certeza de un mundo bullicioso

se mecía en el aire con olor a carbonilla

y flor de enredadera era el humo

trepando lentamente por los cielos

despejados como ojos todo asombro,

ojos niños estáticos ante la abierta herida

que hiende largamente la memoria;

el pinar lloraba lánguida pinaza

y los fríos campos vestían

de purpúrea nostalgia el último vagón.

Pasaban trenes por mi infancia de nidos:

pesados mercancías - largo ábaco para aprender a contar-,

algún rápido urgente de guepardos y, de vuelta,

el correo llevando ya hacia el norte misivas a la nieve.

Ahora son fantasmas sobre las vías muertas,

derrotados convoyes solitarios,

amasijo incorpóreo de olvido y de tristeza.

Y yo ese niño roto que vuelve de sus sueños

a morir vagamente en la estación vacía

y ve crecer la hierba para ocultar las huellas,

las vidas paralelas y vencidas por donde

nunca fueron los trenes a la mar.


II            

Me fui como los trenes -pero ellos no han vuelto.-

Sobre los trenes marché vestido con el traje

que la ocasión dictaba, vestido

de aventura, de pan más accesible,

pero también de viento derrotado en almenas,

montes, cielos, derruidos monasterios

y una vaga esperanza forjada en las lecturas

y el rítmico latir de mi paisaje inmóvil.

Subí a todos los trenes por no verlos pasar,

para volver vestido de derrota y de viento.

Retorno de estaciones enormes, subterráneas,

estaciones que eran puertas de ciudades,

entradas o salidas a mundos tan distintos,

a vidas imposibles, a diarias batallas,

a libros nunca escritos y amores postergados.

Retorno solitario -ya no pasan los trenes

pero el aire tiene el mismo olor a espliego,

tomillo y carbonilla- y mis ojos, aquellos ojos niños,

se columpian de nuevo en los heridos troncos

que rezuman resina, persiguen por el cielo

una nube sin agua, caminan los raíles,

trepan la fachada del reloj sin manecillas,

y vagan por la piedra, el pozo, los andenes…

que el tiempo fue vistiendo de ceniza y olvido.

 

III

 Sobre traviesas de hormigón y carriles soldados

vienes a mí -alma de madera que soy,

aromada de tiempo, envuelta en humo-

como una cabellera de recuerdos,

como una cabellera de viento

ululando aún entre los pinos,

como una cabellera cenicienta de sueños

despeinándose de pronto al nuevo

sol naciente de vagones,

aunque sean los mismos, llegas

con un renacer de ecos herrumbrosos,

metal contra metal, estacionados

junto a la vía muerta de los olvidados nombres,

con otros campos en los ojos,

con otros puentes, otros pueblos,

otras gentes asomándose urgentes

a tu retina tenaz y pasajera. 

Pleno de amor y lejanía,

herido de adioses

-la vida que nos cambia es siempre

la misma vida-, pasas,

te detienes y pasas, porque yo

me he subido ya a todos los trenes

y no puedo acompañarte.


(1er Premio Certamen de Poesía "Trilce", Sídney, Australia, 2020)