Cabellera era de trenes
la tarde
DÁMASO
ALONSO
Perdida la memoria sólo queda
la negra soledad de los vencidos
RAMÓN
GARCÍA MATEOS
volverás
a correr detrás de todos los trenes
como único oficio
JOSÉ
LUIS GARCÍA HERRERA
I
Pasaban trenes con sol en los cristales,
sol de madrugada cayendo tibio
sobre el anhelo infantil de ver el mar.
Se llevaban los sueños y rostros tenues
se adivinaban, fugaces, pasajeros,
en los cofres de acero centelleantes;
la certeza de un mundo bullicioso
se mecía en el aire con olor a carbonilla
y flor de enredadera era el humo
trepando lentamente por los cielos
despejados como ojos todo asombro,
ojos niños estáticos ante la abierta herida
que hiende largamente la memoria;
el pinar lloraba lánguida pinaza
y los fríos campos vestían
de purpúrea nostalgia el último vagón.
Pasaban trenes por mi infancia de nidos:
pesados mercancías - largo ábaco para aprender a contar-,
algún rápido urgente de guepardos y, de vuelta,
el correo llevando ya hacia el norte misivas a la nieve.
Ahora son fantasmas sobre las vías muertas,
derrotados convoyes solitarios,
amasijo incorpóreo de olvido y de tristeza.
Y yo ese niño roto que vuelve de sus sueños
a morir vagamente en la estación vacía
y ve crecer la hierba para ocultar las huellas,
las vidas paralelas y vencidas por donde
nunca fueron los trenes a la mar.
II
Me fui como los trenes -pero ellos no han vuelto.-
Sobre los trenes marché vestido con el traje
que la ocasión dictaba, vestido
de aventura, de pan más accesible,
pero también de viento derrotado en almenas,
montes, cielos, derruidos monasterios
y una vaga esperanza forjada en las lecturas
y el rítmico latir de mi paisaje inmóvil.
Subí a todos los trenes por no verlos pasar,
para volver vestido de derrota y de viento.
Retorno de estaciones enormes, subterráneas,
estaciones que eran puertas de ciudades,
entradas o salidas a mundos tan distintos,
a vidas imposibles, a diarias batallas,
a libros nunca escritos y amores postergados.
Retorno solitario -ya no pasan los trenes
pero el aire tiene el mismo olor a espliego,
tomillo y carbonilla- y mis ojos, aquellos ojos niños,
se columpian de nuevo en los heridos troncos
que rezuman resina, persiguen por el cielo
una nube sin agua, caminan los raíles,
trepan la fachada del reloj sin manecillas,
y vagan por la piedra, el pozo, los andenes…
que el tiempo fue vistiendo de ceniza y olvido.
III
Sobre traviesas de hormigón y carriles soldados
vienes a mí -alma de madera que soy,
aromada de tiempo, envuelta en humo-
como una cabellera de recuerdos,
como una cabellera de viento
ululando aún entre los pinos,
como una cabellera cenicienta de sueños
despeinándose de pronto al nuevo
sol naciente de vagones,
aunque sean los mismos, llegas
con un renacer de ecos herrumbrosos,
metal contra metal, estacionados
junto a la vía muerta de los olvidados nombres,
con otros campos en los ojos,
con otros puentes, otros pueblos,
otras gentes asomándose urgentes
a tu retina tenaz y pasajera.
Pleno de amor y lejanía,
herido de adioses
-la vida que nos cambia es siempre
la misma vida-, pasas,
te detienes y pasas, porque yo
me he subido ya a todos los trenes
y no puedo acompañarte.
(1er Premio Certamen de Poesía "Trilce", Sídney, Australia, 2020)