viernes, 31 de julio de 2020

José Luis Puerto, memoria del jardín

A José Luis Puerto le conocí en la primavera del 74 o 75. Yo tendría 17 o 18 años y él 21 o 22. Fue en  Salamanca, donde el albercano estudiaba filología. Su hermano Juan Pablo era compañero de estudios en Valladolid y estábamos de paso por la ciudad del Tormes aprovechando un largo fin de semana. José Luis ya escribía y desarrollaba alguna labor en Zero-Zyx, la emblemática editorial de caire popular, militante y antifranquista. Hablamos a solas durante largo rato. Me recomendó lecturas y me animó a escribir si realmente sentía que era mi vocación, aunque una carrera de ciencias, que es lo que pensaba estudiar, no pareciera un camino adecuado para ello. No he vuelto a verlo. Cuando estuve en La Alberca no coincidimos. He sabido de su trayectoria poética y alguna vez estuvinos en contacto por mail. De su obra tengo solamente el volumen de la colección Adonais "Un jardín al olvido", editado en 1987. De este libro son los dos poemas que siguen.




 Un jardín al olvido

Era un tiempo de brezos con aromas de esquilas

Y un rumor amarillo del heno en los sobrados.

Las fuentes derramaban monótona salmodia

Y los labios su pura transparencia gustaban.

El recuerdo nacía de las macetas vírgenes

Con flores y fragancias y pétalos sin nombre.

Era un secreto espacio: soportales, rincones,

Celosías de sueño y esculpidos en sombra

Los ojos aurorales que la vida miraran.

Las manos esparcían semillas en la tierra

Y en los muros dormían recogidos los granos

En espera de soles que a la luz los abrieran.

Era una senda virgen llena de abecedarios

Secretos que en la tarde desgranaba la brisa

Y en las enciclopedias anidaban saberes

Que aprendían los niños con tonos de nostalgia.

Y los pobres vencejos coronaban de ausencia

Las gráciles campanas que tañeran al ángelus.

Era un tiempo de piedras en tristeza labradas

Y la lluvia ascendía lenta por la memoria

Humedeciendo el débil corazón de las horas

Mientras en las alcobas el amor dormitaba.

Tiempo, espacio, sendero, ¿a qué jardín conduces?

¿Dónde la llave virgen que nos abra tus rosas?

Era un jardín sin tiempo, sin dolor, sin memoria,

La inocencia brotaba en las ramas de un árbol

Que tuviera en la sangre sus raíces más hondas

Y las flores sagradas de la niñez perdida

Formaron los aromas de un secreto jardín,

Un jardín sin retorno,

un jardín al olvido.



La ropa tendida

Subid, subid a los terrados,

Asomaos a aquellos cortinales,

Mirad la ropa

Tendida a la mañana, a la luz de noviembre,

A un delicado sol que acaricia las telas.

Fijaos cómo el aire orea los tejidos,

Cómo en ondas los mueve

En sutiles vaivenes, cómo diluye el agua

Su líquida presencia.

Ved esa algarabía de gozosos

Colores

Que lanzan al espacio saludos naturales.

¿Quién durmió en esas sábanas de lino?

¿Quién la camisa limpia

Ensució con el vino, con la cálida grasa

Del cocido diario?

Tienen los calcetines nostalgia de unos pies,

Del calor de las botas

Que abrigan sus dibujos. El alambre

Cómo acoge la ropa,

Con qué fervor la mece en la clara mañana,

Cómo al aire la expone y la duerme en susurros.

¿Y las mujeres tendiendo sus barreños

En los balcones, en las azoteas?

Cómo colocan amorosamente

Los pañales del niño

Y acarician las telas

Con los escuetos labios de las pinzas;

Cómo redimen la rutina en estas

Cotidianas tareas.

Mirad, mirad la ropa,

Ved cómo con siseos nos saludan sus pliegues

Sintiendo

Cariñosa nostalgia

De nuestro cuerpo, nuestra piel, de nuestras formas.

¿Qué de nosotros está puesto a secar?

¿De cuál de nuestras telas

Hemos lavado las manchas del desánimo

Frotándoles el limpio

Jabón de la inocencia?

¿En qué alambre se orean nuestros oscuros linos

Hasta alcanzar al viento

Su perdida pureza?













jueves, 23 de julio de 2020

LOS ARRIBES DEL DUERO



Hubo de ser tu agua, mujer,

el agua que me diste para llegar al mar,

surcada la piel por la brisa de los besos

y un recuerdo de álamos temblando en los meandros,

hubo de ser tu agua la que calmara

la venturosa sed de mi pasado.

Tus piernas altas y el agua al fondo,

agua para navegar la dicha, frontera

del amor como una dentadura, agua

separada, agua junta entre muslos de piedra

que acaricia la vista émula de águilas

mientras la mano aparta suaves líquenes

de tiempo remansado. Mirar al Duero

en este punto es recordar los barcos

de papel navegando con poemas

que aún no sabían amar y que bajaron

por aquí en remotas tardes de infancia

y otros amores o rumor de agua pasando,

es abrazar tu cuerpo y ver con los mismos ojos

la profundidad del deseo,       

llegar al fondo recóndito de la vida

con la única asistencia de los labios,

la lengua y la sed de poseerte

como se tiene y se goza un río.

Es contemplar Urbión entre los pliegues

geológicos de tu piel y decirte quedo:       

Dame tu agua, mujer, que voy al mar.


De "Los nombres del agua", Premio "Amantes de Teruel", 2020

(Imagen, Miranda do Douro, tomada de la red)