domingo, 13 de octubre de 2024

LA ABANDONADA VÍA DEL RECUERDO

 


 

                         A Pedro Gómez, poeta en círculos de viento

                                 

Para que yo me llame Ángel González,

para que mi ser pese sobre el suelo,

fue necesario un ancho espacio

y un largo tiempo:

    ÁNGEL GONZÁLEZ

 

Rectas galerías

que se curvan en círculos secretos

al cabo de los años. Parapetos

que ha agrietado la usura de los días.

        JORGE LUIS BORGES

 

 

Yo, que no me llamo Ángel, ni barro, ni Federico,

que he muerto tantas veces asesinado

por el mar y los vencedores sin convicción,

que he dormido un rato, un minuto, un siglo

vagamente tendido a la sombra de soles

que maduran los versos agraces del verano

y he bebido en las fuentes de mi tierra junto al Duero;

que he paseado entre majuelos, choperas y pinares,

he pateado ciudades con lento olor a brea

en el aire estancado de la noche y los cines

y leo todavía a los poetas buenos,

he dejado mi historia en los fatigados secanos

y en las piedras grabadas con círculos de viento.

 

Yo, que quise llegar al mar como otros ríos, como llega la oración al cielo,

que voy perdiendo memoria como quien pierde un territorio

y me aferro a los recuerdos de una vida

que acaso no he vivido, a una patria que otros tuvieron,

a unos versos que pudiera haber escrito

cuando fui mortal y fui poeta, que voy perdiendo amigos,

compañeros y recuerdos —también los voy ganando pues apuro

los días y las redes que me quedan—

que releo cada noche algún poema y aún descubro otros muchos

cada aurora, que me duelen los muertos que no he sido,

algunos tan queridos y cercanos que beben mi dolor como si fuera

un néctar de cicuta coronado.

 

Yo, digo, que no tengo alas, pero vuelo desde el palomar de las cartas,

que hace ocho años estuve muerto y ando caminando entre los vivos

con el corazón herido y vulnerado bombeando la sangre lentamente,

que tomo cada día como un don, un regalo añadido a la esperanza,

y lo abro como el pan que me alimenta, y pongo en su interior

la sangre vieja que corre por mis venas todavía,

que he sentido la dicha, felicidad, de tu breve sol esquivo

y el dolor, soportable tras el llanto vertido,

es ya un amigo antiguo cuajado de soledad y nostalgia,

una cicatriz que espera sobre el cuerpo en barbecho

un milagro también o el rayo que no cesa.

 

Yo, que conmemoro las efemérides de los tristes,

la alegría engañosa de todos los vencidos,

celebro dos aniversarios cada año y olvido las fechas importantes,

le he pedido a la tierra, al polvo que nos cubre,

un día más de aliento —estoy preparado, confieso que he vivido

y he intentado contarla— porque aún espero el verso,

el singular epitafio, que me salve del mundo.

Y trituro hojarascas, los círculos concéntricos de estos recios

secuoyas del pasado —¡qué pequeño mi cuerpo!,

¡qué mínimos mis labios!, ¡qué sed!, ¡qué desamparo!—

 

Le he pedido a la vida estos días prestados que pago con mi sangre,

imploro ahora el espacio que tanto me ha negado,

ahora que no importa ya lo que he perdido.

Estos días usados serán polvo, olvido serán, cenizas.

No dejarán vestigios de nidos y crepúsculos.

Estas palabras que sueño nunca se habrán escrito.

 

Y quedaran los pájaros cantando —ellos tienen alas—

y ya no contará mis años el verano,

y octubre vendrá con sus racimos.

Los días, parapetos quebrados, serán días para otros.

Yo habré pagado ya con la humilde moneda de unos versos 

y las alas rosadas de los besos el don y la condena,

la memoria y el hábito, el interés y la usura.

 

Ahora escribo en la esquina del aire

este último poema y miro ya sin ojos

el terrible vacío que deja en la abandonada

vía del recuerdo el paso de los trenes.


2º premio en el V CONCURSO LITTERATURA DE RELATO Y POESÍA POR AMOR AL ARTE, Barcelona, 2024