A Pedro Gómez, poeta
en círculos de viento
Para que
yo me llame Ángel González,
para que
mi ser pese sobre el suelo,
fue
necesario un ancho espacio
y un largo
tiempo:
ÁNGEL GONZÁLEZ
Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
JORGE LUIS BORGES
Yo, que no me llamo Ángel,
ni barro, ni Federico,
que he muerto tantas veces
asesinado
por el mar y los vencedores
sin convicción,
que he dormido un rato, un
minuto, un siglo
vagamente tendido a la
sombra de soles
que maduran los versos
agraces del verano
y he bebido en las fuentes
de mi tierra junto al Duero;
que he paseado entre
majuelos, choperas y pinares,
he pateado ciudades con
lento olor a brea
en el aire estancado de la
noche y los cines
y leo todavía a los poetas
buenos,
he dejado mi historia en los
fatigados secanos
y en las piedras grabadas
con círculos de viento.
Yo, que quise llegar al mar
como otros ríos, como llega la oración al cielo,
que voy perdiendo memoria
como quien pierde un territorio
y me aferro a los recuerdos
de una vida
que acaso no he vivido, a
una patria que otros tuvieron,
a unos versos que pudiera
haber escrito
cuando fui mortal y fui
poeta, que voy perdiendo amigos,
compañeros y recuerdos
—también los voy ganando pues apuro
los días y las redes que me
quedan—
que releo cada noche algún
poema y aún descubro otros muchos
cada aurora, que me duelen
los muertos que no he sido,
algunos tan queridos y
cercanos que beben mi dolor como si fuera
un néctar de cicuta
coronado.
Yo, digo, que no tengo
alas, pero vuelo desde el palomar de las cartas,
que hace ocho años estuve
muerto y ando caminando entre los vivos
con el corazón herido y
vulnerado bombeando la sangre lentamente,
que tomo cada día como un
don, un regalo añadido a la esperanza,
y lo abro como el pan que
me alimenta, y pongo en su interior
la sangre vieja que corre
por mis venas todavía,
que he sentido la dicha,
felicidad, de tu breve sol esquivo
y el dolor, soportable tras
el llanto vertido,
es ya un amigo antiguo cuajado
de soledad y nostalgia,
una cicatriz que espera
sobre el cuerpo en barbecho
un milagro también o el
rayo que no cesa.
Yo, que conmemoro las
efemérides de los tristes,
la alegría engañosa de
todos los vencidos,
celebro dos aniversarios
cada año y olvido las fechas importantes,
le he pedido a la tierra,
al polvo que nos cubre,
un día más de aliento
—estoy preparado, confieso que he vivido
y he intentado contarla—
porque aún espero el verso,
el singular epitafio, que
me salve del mundo.
Y trituro hojarascas, los
círculos concéntricos de estos recios
secuoyas del pasado —¡qué
pequeño mi cuerpo!,
¡qué mínimos mis labios!,
¡qué sed!, ¡qué desamparo!—
Le he pedido a la vida
estos días prestados que pago con mi sangre,
imploro ahora el espacio
que tanto me ha negado,
ahora que no importa ya lo
que he perdido.
Estos días usados serán
polvo, olvido serán, cenizas.
No dejarán vestigios de
nidos y crepúsculos.
Estas palabras que sueño
nunca se habrán escrito.
Y quedaran los pájaros
cantando —ellos tienen alas—
y ya no contará mis años el
verano,
y octubre vendrá con sus
racimos.
Los días, parapetos
quebrados, serán días para otros.
Yo habré pagado ya con la
humilde moneda de unos versos
y las alas rosadas de los
besos el don y la condena,
la memoria y el hábito, el
interés y la usura.
Ahora escribo en la esquina
del aire
este último poema y miro ya
sin ojos
el terrible vacío que deja
en la abandonada
vía del recuerdo el paso de
los trenes.
2º premio en el V CONCURSO LITTERATURA DE RELATO Y POESÍA POR AMOR AL ARTE, Barcelona, 2024