no hay día
que no me asome al
puente
viejo
de mi vida,
KARMELO C. IRIBARREN
La vida lenta, como un ojo
de puente por donde pasan las horas
de las piedras, de los caminos,
VICENTE RODRÍGUEZ MANCHADO
I
Me ha devuelto la lluvia
—polvo que soy—
del cielo
al suelo
para que me huellen los pies,
los cascos y la noche.
Me ha devuelto la vida
un corazón malherido
acorde con los pasos
que se oxidaron un día
y duelen como el tiempo.
Me han devuelto las sombras
a la sombra tranquila
de poetas y soles,
a los mares ardiendo,
ceniza de mis días.
II
Me hubiera gustado vivir
de alguno de los oficios
que deseaba ejercer
de niño,
amar un sueño tangible
como un río,
haber escrito un libro, uno tan solo,
que me salvara del olvido.
Moriré, favila en el viento,
como todos
los fuegos que han ardido.
III
El viento que acama la mies
y sostiene alas, con rumor
de pinos, mirar lejano
y manos de agua,
penetra por el dintel,
corazón abierto al campo,
y sabe a mar, y huele a libro.
Y sabe a
mar y huele a libro
como las
manos
de los
poetas muertos
este
callado instante
tan
brevemente eterno,
abierta la
puerta al campo
como un
corazón abierto.
IV
Y mira el poeta que fue aire
desde el alfoz oscuro
las torres levantadas por el sudor y los
siglos.
La ciudad —historia y llanto— rodeada
de viento y arrabal, alto murmullo,
se expande más allá de sus límites
y cambia de peinado, de esperanza
revestida se cubre de silencio.
Esto
escribes, pero en realidad
miras la ciudad desde tu atalaya confortable
y quisieras elevarte más por un aire limpio de
ascensores
pero son resbaladizas y caras las alturas.
Lamentas que las lágrimas de luz no te dejen
ver las estrellas
y
fotografías cada mañana el amanecer
desde una ventana
con geranios y palomas en blanco y negro.
V
Uno puede
tener momentos líricos
y parir
realmente algunos buenos
endecasílabos
y hasta sublimes
versos
cadenciosos y bien rimados,
lograr un
cierto ritmo con los dedos
y hacer
que las palabras cobren vida
como
aquellos poetas que aparecen
en los
libros de texto consiguieron,
lograr
reconocimiento, ganar
premios y,
por algunas amistades,
creer ser
un poeta con futuro
aunque se
tenga un pie dentro la prosa
y otro
bailando al son de la tristeza.
VI
Asesino consciente del poeta
que me
habita me da por desollar
poemas y
orearlos a la vista
de todo
aquel que pasa por la calle.
VII
Nos han robado
—¡tantas veces!—
el mes de
abril.
VIII
Yo estuve allí
y vi caer la vida
en agraz, cuando más duele.
Yo estuve allí,
en la alta
esquina del viento.
Tuve patria donde largas olas se tienden
sobre el vago vestido de las playas del sur.
Tuve sombra sobre una hamaca de versos.
Hoy soy pasto de sombras.
IX
No seré vate consumado,
ni siquiera me llamarán poeta,
pero habré jugado —Roma, amor—
con las palabras
en este breve espacio
que termina.
Las palabras son las mismas
pero tienen un punto de cansancio,
una imperceptible arruga
debajo de los ojos.
Y pasean con nosotros
su tiempo consumido.
Mariposas o rosas, las palabras
revolotean de la luz a la sombra,
entre sombras y luces, vagas, alígeras;
se posan sobre el tiempo en rama:
que decir y besar son todo dicha.
X
Mi madre era sorda
—no oía pero escuchaba—
y tenía los ojos azules
como el mar que descubrió
en la última tarde de la vida.
Yo me he quedado sin mar
y terriblemente sordo.
XI
Lo poco que yo sé
no me lo ha enseñado nadie
y lo he aprendido de muchos.
XII
Verticales la lluvia y el veneno,
horizontales el amor y la noche.
Y la sombra poniéndole
cuadros negros a la vida.
XIII
De polvos de luz
lodos tronantes.
De luminosos poemas
sombras
silentes.
XIV
No me olvidé de nacer,
si lo hubiera hecho tal vez
hubiéramos
ganado un poeta.
XV
Los ojos
tristes de los puentes,
los
resecos ojos de este verano eterno,
ven pasar
polvo y viento
por el cauce del agua.
Galardonado con el cuarto puesto y botijo de barro en las LVIII Justas Poéticas "Ciudad de Dueñas", 15 de agosto de 2024.
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