Que por el monte de Venus
margos sátiros vienen,
lánguida lluvia de tardes,
núbil soledad de peines,
ristes dedos de muchacha
que la colina descienden.
Borra el viento los contornos
y dibuja palafrenes
desbocados Fantasía.
¿Quién dibujará en tu frente
corazones de amaranto?
¿Quién segará trigo verde?
Fríos labios del espejo
besan tus labios calientes.
El río desnudo abraza
una cintura de sierpe.
Estallando en la penumbra
volcán de pechos y vientres
penetra por las ventanas.
En la casa nadie duerme.
Vagan muñecas sonámbulas,
de chocolate los dientes,
en la noche de desvanes.
Y gimen por las paredes
canciones cojas y ciegas
sin nadie que las recuerde.
Qué cuerpos crepusculares,
cuerpos de nunca que vuelven
por el cielo y por las ramas,
en tus pupilas rebeldes.
Qué profundidad nocturna
se viene por los parterres.
Qué frescor llama a tus venas.
Corre, corre, corre, vente
que la luna quiere amarte.
Corre, corre, corre, vete,
vienen mujeres preñadas.
Sólo piedras pare el vientre,
rocas grises sin consuelo,
nubarrones de las sienes.
Piedras, nubes, piedras.
Piedras y esa alegría demente
de nuestro fluír repetido,
alegría de las fuentes.
Soledad, lava tu rostro
con ceniza de los viernes,
libra tu cuerpo nocturno.
Soledad, que bien me quieres,
qué bien conozco tu nombre,
nombre de alfalfa y de nieve,
urdimbre de nada y viento
hecha de lluvia y de siempre.
Con el torso de la tarde
acorazado de gente
recorro tu cuerpo romo
herido de larga muerte.
De “Siete romances de nombre amargo y un romance sin nombre”
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