lunes, 9 de junio de 2014

CON EL DOLOR CALLADO DEL RECUERDO (CASTILLA – Y UN POETA NACIENDO- EN LA MEMORIA)

Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
(Antonio Machado)


Con la memoria dulce de los sueños
que brotan su amapola en los sembrados,
y este dolor amigo de la noche
como una larga espina traspasando
la frente de la vida consumada,
ingenuo propietario de unas manos
que ponen sobre nieve sus recuerdos
robados a las sombras o heredados,
esparzo por los surcos de mis versos
tesos, olmos, besanas, campanarios,
eriales y rastrojos donde a veces
un vuelo de perdiz trunca un disparo.
Camino recordando dolorido
al niño aquel que fui, pequeño y santo,
las noches estrelladas, los amigos,
el pueblo ya perdido y relegado,
al joven descubriendo poesía
en la luna, la tarde y en el campo,
en los libros, el aire y el paisaje,
las gentes, la ciudad, el pueblo calmo…

En el azul tan alto de Castilla
mis ojos marineros navegaron;
como espumas las nubes deshacían
las arenas doradas del ocaso.
De donde nace el viento me llegaban,
bajando, como el viento, de los páramos,
vocablos aventados en las eras,
susurros como lluvia que los álamos
filtraban lentamente hasta las aguas
del Duero discurriendo por mis manos,
palabras tan lejanas, tan antiguas
que olvidaron el roce de unos labios…
Las encinas, los chopos, los caminos,
la sangre de los pinos, los lejanos
alcores, las almenas desdentadas
de las tapias de adobe -paja y barro-,
el río, siempre el río, la alameda,
el monte y esas ruinas donde el grano,
tomándolas por troje, soterraba
los ecos y los rezos del pasado,
poblaron mi niñez donde el pan era
eterno compañero del tasajo,
del aceite endulzado y de la nada
surgiendo de la niebla y los secanos.

La ciudad castellana era una fiesta
en mis ojos de niño alucinado
cuando íbamos de compras, de visita
a casa de los tíos. Y era mayo,
con flores de cristal, fruta prohibida;
maravilla engarzada en el asfalto,
para mi pobre enero, cada viaje.
Las voces que la piedra ha conservado
grabadas en el eco de la tarde
granaban mis oídos como marzo,
invisible la nieve de su frente,
granaba con su soplo los sembrados.
Por las calles antiguas y los libros
mis pasos vacilantes se adentraron;
el alma numinosa y tanta historia
respondían al eco de mis pasos;
al eco de mis pasos los poetas
de amordazada voz, los vates gratos
a los dueños del día, hasta un silencio
de versos nunca escritos elevaron
sus rítmicos secretos, y mis dedos
contaban las auroras, los ocasos
dorados, las palabras como arenas
de rumoroso mar alto y lejano.
¡Qué luz tan azul! Era yo entonces,
heredero de inviernos y veranos,
primavera de dicha enajenada,
otoño vislumbrado con trabajo,
estremecido asombro entre las brumas
que los versos abrían a su paso…

Por tierras de Castilla sola el alma
quedó sin este cuerpo condenado
a buscar otros soles y el sustento
que devino pan negro, vino amargo.
Me quedé con mis muertos y Castilla
clavada en la memoria como un lago.
¡Qué dolor en mis ojos, qué elegía
quebrada en la garganta, qué acerado
puñal, qué lividez en las palabras,
qué caer en olvido tan aciago!
Ha horadado mis palmas la nostalgia
del trigo, del lagar, del pan honrado,
del vino que aromaba la ribera
donde recuerda el viento antiguos pasos,
dejándome en las manos el vacío
que dejan en la mar tantos naufragios.

Por esos campanarios las cigüeñas
ya habrán ido llegando, sonrosado
color de harina nueva y de esperanza
pondrán otras auroras en los campos…
Desnuda frente al mar del abandono,
por yermos de hormigón y cielo bajo,
mi alma desterrada deambula
sufriendo, sí, doliendo en castellano.


Tercer Premio Certamen de Poesía del CÍRCULO ARTÍSTICO LITERARIO
SEMILLERO AZUL, Sant Joan Despí, 2014

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