domingo, 8 de noviembre de 2015

HA DESPERTADO EL VIENTO LA MEMORIA DEL POLVO



Me ha despertado el viento con sus dedos ardientes de verano del sur
una amarga nostalgia de tomillo y espliego,
de campos agostados y el clamor de los álamos,
un no sé qué que deja mi corazón maltrecho,
algo así como un llanto tras el cielo sin nubes de mi pecho desnudo,
un oculto rumor de agua cristalina y mediodía,
un desasosiego junto al pozo sin brocal ni barandas de la memoria
donde los ahogados lloran su soledad sin luna
y un eco sin salida se persigue a sí mismo,
la perdida inocencia de la patria pequeña
con murallas de adobe y frontera de pinos.
Allí el viento traía el aroma de nieve del lejano Moncayo,
aventaba en las eras las parvas y los sueños
y llevaba las nubes al redil del ocaso,
ponía en las veletas un alba de cigüeñas
y borraba las huellas con su escoba de polvo
dejando en los caminos noticia de su paso,
mensajes del otoño que ha llegado a mi casa,
era grito o susurro en la piel de los chopos
y curtía mis manos como el agua del río y el sol de los secanos.

Ha despertado el viento las faldas de las niñas
y eriza su recuerdo la piel tersa del agua.
Flamean estandartes en los toldos tendidos,
derrotadas banderas que traspasa la vista
se levantan apenas del campo de batalla, pendones olvidados
con el color virado de las fotografías
invocan su derecho a los días azules.
Afinan las callejas ocarinas dormidas
y ululan las sirenas cual viento iluminado,
barrenderos sin cuerpo acolchan las esquinas
y los brazos ocultan su verano perdido.
Aquí el viento serpea subrepticio y caliente,
deja lágrimas de tiempo, juguetea con bolsas
de plástico entre los coches callados de la noche
y pone en las aceras dolor de primaveras
cuando pugnan cadáveres por surgir del asfalto.
Me abraza, viejo amigo, dejando por mi cara
el frío del recuerdo, enreda entre mi pelo
los dedos solitarios de quien mucho ha sufrido
y sólo anhela un verso en la pared del alma.

Me ha despertado el viento el dolor del recuerdo,
las callejas dormidas y el aullido del miedo
por los charcos quebrados de la memoria,
el humo de los trenes, cabellera en la tarde,
y la lenta nostalgia de su aliento en la nuca
de los verdes trigales y los pinos quemados,
me susurra al oído conquistadas palabras,
vocablos olvidados junto al arado viejo
y las eras desnudas. Y pone, porque viva,
su tremulante piel, su desnuda cintura
sobre mi torso yacente y entregado.
Es el viento rapsoda de poemas dormidos
entre albadas y trigos, de simientes caídas
en otoños del alma que germinaron viento;
su voz cálida despierta la vida que soñamos
y aleja nubes grises preñadas de tormenta
donde habita la vida que de verdad vivimos.
Espejea en el agua que su mano acaricia
el rostro que no tuve; los versos nunca escritos
y que él repite lento al pasar a mi lado visten la tarde y vuelan.

Ha despertado el viento la memoria del polvo,
el viento, ¡ay!, para que no me duerma.

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