Heráclito camina
por la tarde
De Éfeso.
[…] Su voz declara:
Nadie baja dos veces a las aguas
Del
mismo río.
(Jorge Luis Borges)
La
niebla cubre el tiempo, el polvo de los años,
el
ámbito de los juegos y
la luz olvidada,
humedece el deseo con las pálidas lágrimas
de
su llanto imposible, de su llanto apagado en la noche y la ausencia.
La
niebla tiene el tenue contorno de los sueños
y
ese tacto etéreo de luna entre volantes y gasas transparentes.
Lame
las ventanas con lubricidad nocturna
cuando
el aire extiende alfombras de pavesas
y
los besos son peces de hielo derretido nadando en los espejos.
Fantasmal
y embozada emerge como el miedo de una tarde infantil
reptando por la espalda, en la cara el espanto y la danza del fuego.
Emerge
de las aguas del río que besaba los cuerpos del verano
y
cobró su tributo en tarde aciaga dejando para siempre un rostro en el recuerdo,
un
rostro adolescente, pertinaz, indeleble, desfigurado por el vaho y la calima,
atrapado en el espejo roto del hielo y la memoria.
Emerge
de las aguas y el cementerio viejo, la niebla, como entonces
pero
distinta ahora, ahora que los muertos regresan vueltos polvo,
fantasmas de olvido, territorio de ausencia.
Y
emerges de la niebla tú, cansado, envejecido,
caminando los pasos que la memoria olvida.
Porque
se acostumbran tus ojos al sol que ahora ilumina
el mundo tan distinto a aquel que aún recuerdas,
se
acostumbra tu cuerpo a la sombra que proyecta
sobre
las calles sin barro y la orilla del río,
la
sombra que ahora el viento deshace sobre el agua,
ese
viento que borra los pasos más endebles, las huellas
que no pueden grabar su nombre en
piedra, en tiempo detenido.
Se acostumbra la ausencia,
territorio de olvido, al hueco de las sábanas
y la herida que cierra en falso con saliva de sueños.
Se acostumbra el otoño a esperar el
invierno con crisantemos marchitos
y flores de viento en búcaros de
plástico imitando la vida y lluvia en los cristales.
Se acostumbra la arena a ser sangre
de tiempo
y tinta de infinito, a alejarse del agua.
Se acostumbra el silencio a ciertas
relecturas, a ciertas amistades
que la muerte no impide, y
caminas con poetas
a través de los versos que escribieron por ti.
Se acostumbra uno al tiempo, a este
ser que nos mira distorsionado
por la neblina y la azul lejanía como
un fantasma viejo sin contorno ni tacto.
Te acostumbras a ti mismo, al
tiempo y a ti mismo, lo que queda de ti,
confusa pesadilla de amaneceres
turbios.
Y emerges de la niebla.
Emerges de la niebla, tibio
territorio de angustia, y el río se levanta
con un eco de ahogados, de manos imposibles y frío entre los huesos.
Y los álamos viejos van dejando en
el cauce
cadáveres de tiempo que pasa
inexorable,
varados en meandros y curvas de ballesta. Discurren lentas las aguas por Éfeso,
Barcelona, Buenos Aires, los
mapas borrosos del tiempo y la nostalgia.
Se sucede tu imagen por las aguas
del tiempo, las aguas que se llevan
difuminados los nombres que tenían las cosas en la infancia lejana,
los nombres de los vientos, los santos de los días que sabía tu padre,
los nombres de las cimas que rodean al pueblo,
los nombres de los árboles, las
fuentes, los pájaros,
las cosas de la casa, utensilios
del campo…
Olvidas las semillas, los
libros que leíste siendo niño,
los nombres que buscabas por legitimar su naturaleza en los altos alambres
de los diccionarios y las enciclopedias,
olvidas las palabras que musitaba
tu madre, raíces heredadas
que arrancaron de cuajo el
devenir del mundo e intereses espurios,
palabras, viejos nombres, una danza macabra
bailando al son del tiempo, del
agua y las cosechas, de retales con peces,
de veredas y trochas, pino gordo, secuoyas y encina centenaria.
Territorio de brumas. Y fuego en
los hogares.
Cae la noche acuosa, opaca, sin recuerdos.
Y en la mañana,
deshace el sol la niebla y pone
sobre el polvo y pone sobre el agua
que nunca se detiene su huella,
nuevamente su huella en la huella
aterida.
Deshace el sol la niebla y va
pintando el viento
despojos de esa boira que quiso ser
eterna bajando desde el este,
el norte más altivo, al río que nos
lleva irremisiblemente a todos.
Y va sembrando el viento jirones de
sus manos,
semillas de la sombra.
Tercer premio en el XXX Certamen Literario VILLA DE INIESTA, modalidad poesía, 2020.
Quedo admirada por ese lexico tan rico al que tuteas porque lleva mucho tiempo contigo y ya le has cogido confianza y le invitas a tus versos. ¡Fenomenal!
ResponderEliminarGracias, Auri. Las palabras son los adobes o ladrillos para levantar poemas.
EliminarY yo he trabajado muchos años en el sector de la construcción.
Un abrazo.
Me gusta tu poema, no solo por las bellas metáforas, por el amor ecumenico que desprende. Pero sobre todo por su total musicalidad.
ResponderEliminarSe nota que viene del que está acostumbrado a saber que un poema, sin esa belleza sonora, es un poema sin latidos.
Un abrazo.
Un abrazo, Juan. Gracias por leer. Indudablemente en un verso largo y sin rima se han de cuidar los acentos para dotarlo de ritmo y cadencia, o musicalidad, como tú dices. Y usar ciertos recursos que da la práctica y aparecen sin buscarlos.
EliminarEs muy triste el poema, muy triste. Pero por encima de la niebla, del sol y de esa melancolía hay un vuelo de pájaros, un nadar de peces, y la memoria que siempre nos lleva a abrazar todo lo que se fue.
ResponderEliminarLa musicalidad, para mí perfecta.
Bien Jesús, tarde de poemas.
Yo no lo considero triste. Sí, melancólico. Valladolid es zona de mucha niebla. No así Sardón, aunque en el recuerdo pudiera parecerlo. Y la niebla es un buen elemento para reflexionar sobre el paso del tiempo. Un saludo, María. Gracias por leer y comentar.
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