I
Chopos de mil colores,
gárrulo vecindario
del río.
Temblor azul que cruzan
rebaños
de nubes o de ovejas.
Y lejanos alcores.
Clara luna de pinos,
encinas de dura carne
y álamos contra la tarde.
Tremola una vela roja
en el oleaje del trigo.
Campos, campos. Campos
surcados
por infinitos caminos,
por caminos infinitos
de polvo y sol.
Las parameras desnudas
guardan mis recuerdos viejos.
Encina,
¿sabes tú a quien amaba yo?
II
¿A dónde iba, adónde
cuando dejé el río y los caminos,
polvo y agua en sazón para mi carne?
Un alto mar nocturno
dejaba caer cuchillos,
fugaces brillos de muerte
sobre las encinas.
¿A dónde fui, adónde
cuando las palabras eran
un brillo de sol
bajo la sombra?
El mar lejano tenía
veleros sobre la piel
y borraban sus manos ilusiones de arena.
¿A dónde voy, adónde
para decir que he cumplido
con la misión de nacer?
El mar me mira,
le miro con la mirada sin agua
y el corazón tan vacío
que no tinta de rojo las palabras.
¿A dónde iré?, ¿adónde
con los recuerdos quebrados
y en la muñeca un reloj
que conmigo no ha nacido?
El mar en el horizonte
está besándole al cielo.
Detrás de tantos besos, hay unos ojos mirando.
III
Lejos,
como esos mundos apenas descubiertos
detrás de las estrellas apagadas,
casi muertas, ocultas
por la luz de las ciudades.
Lejos,
como la infancia perdida
en un baúl de recuerdos
y palabras moribundas
con aroma de membrillos.
Lejos,
como la encina dormida,
y los amores primeros,
y la nostalgia blanca de trenes
aposentada en las tardes.
Lejos,
como los versos soñados,
como el polvo y el agua
jugando con el viento
y aquella luna tan alta.
Lejos…
¡Qué lejos estoy de mí mismo!
IV
Tal vez sean los años,
o los versos no escritos,
o la sombra perdida,
o el polvo del camino.
Tal vez sean los años,
o los versos escritos,
o la sombra que deja
su polvo en el asfalto.
Tal vez sea yo mismo
olvidando mis versos,
la encina, el universo,
el polvo de los años.
Tal vez no sea nada
y sólo esté dormido
a la sombra perpetua,
a la vera del río.
Tal vez no sea nada
y sólo esté soñando,
soñándome poeta
bajo las pardas ramas.
Tal vez esté dormido
y la encina me acune
con sus dedos sin polvo
por despertarme niño.
V
Traía encinas en los ojos,
mis encinas,
y en los bolsillos, nidos, sueños,
un polvo de nostalgia.
Traía encinas en el alma,
mis encinas,
y en las manos, versos, sueños,
un poso de nostalgia.
Traía encinas en los ojos.
Me fui quedando ciego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario