Y me quedé varado
entre una playa y el
recuerdo
JUAN LÓPEZ TRUJILLO
Hacia el Oeste está mi
corazón
JOSÉ LUIS PUERTO
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
ANTONIO MACHADO
I
Yo busqué un mar
donde acaso lo hubo,
en las áridas
planicies desiertas de la aurora,
donde un
vestigio aflora de vida tan antigua
que hace triste
y pequeña la soberbia del hombre.
Yo busqué un mar
oteando las nubes,
velas blancas de
adioses,
en las tardes
tranquilas cuando el viento traía
desgajados
recuerdos, olvidos primigenios.
Me supe náufrago
bajo olas de lluvia
y nauta de
sueños en presentidos océanos.
Espumas en
arcilla modelando la vida
y palabras de
piedra en remotas caracolas
decían su
nostalgia al agua de los ríos.
Crecí mirando al
cielo que besaba los mares
con sus labios
de sol
en lejanas
auroras e incendiados ocasos.
Pero no sentí en
la boca el sabor de la noche,
el regusto de
sal de un desierto marino,
la agria
bocanada oscura de los vientos.
Ni supe de los
puertos donde regresa siempre
el tiempo con
sus barbas salpicadas de escamas,
ni de islas que
crecen quebrando el horizonte,
ni de esas arenas
vírgenes donde aún es posible
retornar al
principio, ni de tumbas de agua.
Y sin embargo busqué
el mar,
busqué el mar porque
en mi sangre
naufragaba la
vida.
II
Salí con mis
ojos azules,
con mis palabras
azules,
acaso requemadas
por la escasez de lluvia,
con mi historia
de azules
donde un rojo de
sangre
batía sin saberlo
el postigo del olvido,
con el azul del
aire
como un fantasma
de olas
agitando los
mástiles altivos de los chopos.
Salí a buscar el
mar,
el mar embravecido
al norte de mi vida,
al norte de los
montes donde nace la nieve,
al norte de los
verdes más verdes de mi tierra,
pero también al
sur
donde arenas
descalzas avanzan
con un ligero
trote de caballo de luz,
al este y al
oeste de mi historia de espejos.
Y supe para
siempre
que el mar no
tiene límites,
sólo orillas muy
largas
donde a veces
las olas no llegan a romper.
III
El mar llegó a Castilla
en versos de
Machado,
calladamente
entró
en mis ojos
novicios,
los áridos
pedregales
se vistieron de
espuma,
adornaron con
conchas de viento las retamas
sus aromados
torsos,
por San Saturio
el Duero
gemía su destino
de amor y largo olvido
cuando el mar no
era ni un anhelo de niebla.
Alberti dibujaba
bajeles de nostalgia
desterrado del
mar
y Baudelaire,
con sus alas de albatros
caía en la cubierta
del mal que nos navega.
Capitanes
curtidos
ofrecían sus
barcos,
las jarcias de
sus versos
a mi corazón con
ojos,
desde todos los
mares sus palabras
rompían horizontes,
jirones de sus
versos
colgaban de mi
piel como un velamen roto.
Soñé con sandalias
de mar
puestas a secar
al sol,
con marineros
enterrados
lejos de los
piélagos cálidos y autumnales
donde eligieron
vivir como vive el aire
ignorando, que
la muerte les alejaría de ellos,
con mares que
eran uno
y múltiples como
el hombre,
laberintos de
algas recorrí entre maizales,
estrellas o
amapolas coronaban los trigos,
navegaba en
silencio
los sueños de
otros hombres.
Escritos con la tinta ocre de la tierra,
mis primeros
poemas en barcos de papel
surcaron
entusiastas las aguas campesinas
para encontrar
océanos donde moría el sol.
Mucho antes de
abrazarlo yo descubrí el mar
y probé, porque
he llorado,
el sabor de su
alma.
IV
Mi corazón ya
era marinero de lunas
cuando entró
como un torrente
el mar en mis
pupilas.
Se llevó con las
huellas
de mis pies en
la arena
la nada que era
suya
y trajo entre
sus olas las palabras perdidas,
las olvidadas
frases
que no fijó
nunca tinta alguna
y no supieron
del olvido cruel de las bibliotecas
incendiadas de
polvo.
Y comprendí
entonces
la infinita
tristeza de la luna.
V
La infinita
tristeza de la luna
anclada en los vaivenes
de un amor imposible,
la tristeza
infinita de ser hombre
absorto en las
mareas,
extendidas las alas
quebradas de la manos,
respirando en el
aire un olvido de agua
y la vista
perdida tras delgadas estelas,
fantasmas de
navíos, de barcas o de adioses.
La desolada
tristeza, la soledad infinita
que cabe en cada
pecho
y una sed que
busca ser saciada
en vientres
sumergidos de milenarias ánforas.
VI
Desnudo frente
al mar sólo es posible
vivir,
adentrarse en el cuerpo
blandamente tendido
a nuestro lado, compañero de espumas,
surcado por la
quilla húmeda de los besos
buscar entre las
algas agitadas del fondo
una ofrenda de
sangre,
asir las tablas
rotas, legado de naufragios
antiguos como el
hombre o la mujer que somos,
vaciar con las
redes pescadoras de sueños
entrañas
oceánicas, cordilleras de sombra,
renovar en la
arena la huella de la noche,
endulzar con
saliva los caminos de sal,
y buscar en los
ojos del mar enamorado
el verde más profundo
donde conjugar la luz.
Amar, amar tan sólo, sin preguntar siquiera
por qué el amor
mantiene a flote,
fuera del mar,
la vida.
VII
Un dios
desconocido expande universos de agua
en tu corazón
ignoto
y los
hombres que son mar o son de arena,
los hombres que
te aman,
los hombres que
te temen,
los hombres que
te viven
o, ciegos de
mirarte, ni siquiera te ven,
lo rezan o lo
ignoran.
Los hombres,
mar, los hombres.
Y yo, y algunos
locos que siento tan cercanos,
buscamos un
corazón – el tuyo, el mío -
en arcanos juegos
de espejos,
en laberintos de
calles inundadas de olvido,
en praderas
primigenias donde reina la noche,
en rocas
desgastadas por tus dedos sin tiempo,
en espaldas grabadas
por látigos de olas,
en sentinas
repletas de miedo y esperanza,
en sudor
recogido a bocanadas,
en peces heridos
por la espada del aire,
en los vientres
vacíos
de las barcas,
en navíos hundidos por los dedos
del alba, en
tormentosas calmas
preludio de
batallas que nunca gana nadie.
Y un dios,
un dios más
antiguo que tú, que yo
que apenas tengo
la edad del primer hombre,
un dios anterior
a nosotros, mar,
un dios tan
antiguo, se complace
en naufragar
corazones y zozobrar esperanzas.
VIII
Años llevo
acompañándote, mar,
sintiendo en la
piel la cólera
férrea de tus
dedos crispados,
la suave caricia
de tu vientre
en mi vientre,
halando redes
remendadas de
tristeza y soledad,
tomando de tu
boca,
al caer de la
tarde, peces como besos
para multiplicar
mis manos,
compartiendo en
un relámpago súbito de delfines
esa felicidad
que a veces me salta de los ojos.
Años, mar,
contemplando
el peine de las
barcas tornar de madrugada
mientras gime la
luna su vacío de agua
y se inundan de
ausencia bocanas y ventanas,
tus domingos
poblados de cruceros y gente que otea el horizonte,
las banderas de
espuma, los rejones de oro,
tus jirones de
niebla
cuando copias
del cielo los colores más tristes.
Dolido por la
muerte que lanzamos,
ingenuos o
arrogantes,
como se lanza un
cabo sin nudos y sin norte,
nombrándote
cementerio de ilusiones y objetos
que a veces nos
devuelves transformados en perlas,
perdido entre
bañistas, tristemente perdido,
ando, mar,
contemplándote.
Contado por
veranos los años de mis hijos
y ahora por
otoños los años que he olvidado
busco playas vacías
y calas que no existen
porque he visto
como mueren los nombres
que un día
fueron piel en la madera,
ilusión,
esperanza, un grito de existencia
y hoy sólo son
vestigios
en huesos perforados
de salitre,
entre cadáveres
de conchas
y escamas de
sirenas
que olvidas en
los puertos pequeños y nostálgicos.
Años llevo, mar,
poniendo tu música
a mi canto,
veleros a mis versos,
rasgándome el
corazón picoteado de gaviotas
y sintiendo tu
sangre por mis venas abiertas como surcos,
teniéndote tan
cerca
que puedo
confundir tu sudor y mis lágrimas.
Tan cerca, sí,
tan cerca
y sin embargo,
mar, tan ignorado.
IX
Por eso, mar,
ahora,
perdidas las
batallas, me retiro al invierno
con las armas
gastadas y una larga herida
sangrándome por
dentro.
Vuelvo sobre mis
pasos
por tornar a la
tierra lo que reclama la tierra.
Retorno,
solitario, al oleaje en sombra
de los pinos. La
rumorosa flota
en el encinar anclada
al abrigo
de tormentosos
vientos se apresta a la batalla,
siempre
aplazada, inevitable siempre.
Con los versos
mojados
regreso a los
orígenes,
a los días
azules que Antonio recordara,
en los ojos el
alma, al final de sus días.
Regreso a mis
poetas,
a olvidar lo que
he escrito,
a recordar como
un sueño
que he vivido a
tu lado,
a los secanos
torno,
a los tesos
varados bajo un cielo
-alto, azul,
oceánico- preñado de tormenta
o clavando su
cuchillo doloroso de sol
entre los campos
yermos
como clava el
arado su promesa incumplida.
Y camino por la tarde
de orillas moribundas,
para buscar de
nuevo, donde alguna vez estuvo,
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