viernes, 15 de noviembre de 2019

MI CORAZÓN Y EL MAR


                                                                              
   Y me quedé varado
entre una playa y el recuerdo
JUAN LÓPEZ TRUJILLO


Hacia el Oeste está mi corazón
JOSÉ LUIS PUERTO


Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
ANTONIO MACHADO 




I

Yo busqué un mar donde acaso lo hubo,
en las áridas planicies desiertas de la aurora,
donde un vestigio aflora de vida tan antigua
que hace triste y pequeña la soberbia del hombre.
Yo busqué un mar oteando las nubes,
velas blancas de adioses,
en las tardes tranquilas cuando el viento traía
desgajados recuerdos, olvidos primigenios.
Me supe náufrago bajo olas de lluvia
y nauta de sueños en presentidos océanos.
Espumas en arcilla modelando la vida
y palabras de piedra en remotas caracolas
decían su nostalgia al agua de los ríos.
Crecí mirando al cielo que besaba los mares
con sus labios de sol
en lejanas auroras e incendiados ocasos.
Pero no sentí en la boca el sabor de la noche,
el regusto de sal de un desierto marino,
la agria bocanada oscura de los vientos.
Ni supe de los puertos donde regresa siempre
el tiempo con sus barbas salpicadas de escamas,
ni de islas que crecen quebrando el horizonte,
ni de esas arenas vírgenes donde aún es posible
retornar al principio, ni de tumbas de agua.
Y sin embargo busqué el mar,
busqué el mar porque en mi sangre
naufragaba la vida.


II

Salí con mis ojos azules,
con mis palabras azules,
acaso requemadas por la escasez de lluvia,
con mi historia de azules
donde un rojo de sangre
batía sin saberlo el postigo del olvido,
con el azul del aire
como un fantasma de olas
agitando los mástiles altivos de los chopos.
Salí a buscar el mar,
el mar embravecido al norte de mi vida,
al norte de los montes donde nace la nieve,
al norte de los verdes más verdes de mi tierra,
pero también al sur
donde arenas descalzas avanzan
con un ligero trote de caballo de luz,
al este y al oeste de mi historia de espejos.
Y supe para siempre
que el mar no tiene límites,
sólo orillas muy largas
donde a veces las olas no llegan a romper.


III

El mar llegó a Castilla
en versos de Machado,
calladamente entró
en mis ojos novicios,
los áridos pedregales
se vistieron de espuma,
adornaron con conchas de viento las retamas
sus aromados torsos,
por San Saturio el Duero
gemía su destino de amor y largo olvido
cuando el mar no era ni un anhelo de niebla.
Alberti dibujaba bajeles de nostalgia
desterrado del mar
y Baudelaire, con sus alas de albatros
caía en la cubierta del mal que nos navega.
Capitanes curtidos
ofrecían sus barcos,
las jarcias de sus versos
a mi corazón con ojos,
desde todos los mares sus palabras
rompían horizontes,
jirones de sus versos
colgaban de mi piel como un velamen roto.
Soñé con sandalias de mar
puestas a secar al sol,
con marineros enterrados
lejos de los piélagos cálidos y autumnales
donde eligieron vivir como vive el aire
ignorando, que la muerte les alejaría de ellos,
con mares que eran uno
y múltiples como el hombre,
laberintos de algas recorrí entre maizales,
estrellas o amapolas coronaban los trigos,
navegaba en silencio
los sueños de otros hombres.
Escritos  con la tinta ocre de la tierra,
mis primeros poemas en barcos de papel
surcaron entusiastas las aguas campesinas
para encontrar océanos donde moría el sol.
Mucho antes de abrazarlo yo descubrí el mar
y probé, porque he llorado,
el sabor de su alma.


IV

Mi corazón ya era marinero de lunas
cuando entró como un torrente
el mar en mis pupilas.
Se llevó con las huellas
de mis pies en la arena
la nada que era suya
y trajo entre sus olas las palabras perdidas,
las olvidadas frases
que no fijó nunca tinta alguna
y no supieron del olvido cruel de las bibliotecas
incendiadas de polvo.
Y comprendí entonces
la infinita tristeza de la luna.


V

La infinita tristeza de la luna
anclada en los vaivenes de un amor imposible,
la tristeza infinita de ser hombre
absorto en las mareas,
extendidas las alas quebradas de la manos,
respirando en el aire un olvido de agua
y la vista perdida tras delgadas estelas,
fantasmas de navíos, de barcas o de adioses.
La desolada tristeza, la soledad infinita
que cabe en cada pecho
y una sed que busca ser saciada
en vientres sumergidos de milenarias ánforas.


VI

Desnudo frente al mar sólo es posible
vivir, adentrarse en el cuerpo
blandamente tendido a nuestro lado, compañero de espumas,
surcado por la quilla húmeda de los besos
buscar entre las algas agitadas del fondo
una ofrenda de sangre,
asir las tablas rotas, legado de naufragios
antiguos como el hombre o la mujer que somos,
vaciar con las redes pescadoras de sueños
entrañas oceánicas, cordilleras de sombra,
renovar en la arena la huella de la noche,
endulzar con saliva los caminos de sal,
y buscar en los ojos del mar enamorado
el verde más profundo donde conjugar la luz.
Amar,  amar tan sólo, sin preguntar siquiera
por qué el amor mantiene a flote,
fuera del mar, la vida.


VII

Un dios desconocido expande universos de agua
en tu corazón ignoto
y los hombres  que son mar o son de arena,
los hombres que te aman,
los hombres que te temen,
los hombres que te viven
o, ciegos de mirarte, ni siquiera te ven,
lo rezan o lo ignoran.
Los hombres, mar, los hombres.
Y yo, y algunos locos que siento tan cercanos,
buscamos un corazón – el tuyo, el mío -
en arcanos juegos de espejos,
en laberintos de calles inundadas de olvido,
en praderas primigenias donde reina la noche,
en rocas desgastadas por tus dedos sin tiempo,
en espaldas grabadas por látigos de olas,
en sentinas repletas de miedo y esperanza,
en sudor recogido a bocanadas,
en peces heridos por la espada del aire,
en los vientres vacíos
de las barcas, en navíos hundidos por los dedos
del alba, en tormentosas calmas
preludio de batallas que nunca gana nadie.
Y un dios,
un dios más antiguo que tú, que yo
que apenas tengo la edad del primer hombre,
un dios anterior a nosotros, mar,
un dios tan antiguo, se complace
en naufragar corazones y zozobrar esperanzas.


VIII

Años llevo acompañándote, mar,
sintiendo en la piel la cólera
férrea de tus dedos crispados,
la suave caricia de tu vientre
en mi vientre, halando redes
remendadas de tristeza y soledad,
tomando de tu boca,
al caer de la tarde, peces como besos
para multiplicar mis manos,
compartiendo en un relámpago súbito de delfines
esa felicidad que a veces me salta de los ojos.
Años, mar, contemplando
el peine de las barcas tornar de madrugada
mientras gime la luna su vacío de agua
y se inundan de ausencia bocanas y ventanas,
tus domingos poblados de cruceros y gente que otea el horizonte,
las banderas de espuma, los rejones de oro,
tus jirones de niebla
cuando copias del cielo los colores más tristes.
Dolido por la muerte que lanzamos,
ingenuos o arrogantes,
como se lanza un cabo sin nudos y sin norte,
nombrándote cementerio de ilusiones y objetos
que a veces nos devuelves transformados en perlas,
perdido entre bañistas, tristemente perdido,
ando, mar, contemplándote.
Contado por veranos los años de mis hijos
y ahora por otoños los años que he olvidado
busco playas vacías y calas que no existen
porque he visto como mueren los nombres
que un día fueron piel en la madera,
ilusión, esperanza, un grito de existencia
y hoy sólo son vestigios
en huesos perforados de salitre,
entre cadáveres de conchas
y escamas de sirenas
que olvidas en los puertos pequeños y nostálgicos.
Años llevo, mar, poniendo tu música
a mi canto, veleros a mis versos,
rasgándome el corazón picoteado de gaviotas
y sintiendo tu sangre por mis venas abiertas como surcos,
teniéndote tan cerca
que puedo confundir tu sudor y mis lágrimas.
Tan cerca, sí, tan cerca
y sin embargo, mar, tan ignorado.


IX

Por eso, mar, ahora,
perdidas las batallas, me retiro al invierno
con las armas gastadas y una larga herida
sangrándome por dentro.
Vuelvo sobre mis pasos
por tornar a la tierra lo que reclama la tierra.
Retorno, solitario, al oleaje en sombra
de los pinos. La rumorosa flota
en el encinar anclada al abrigo
de tormentosos vientos se apresta a la batalla,
siempre aplazada, inevitable siempre.
Con los versos mojados
regreso a los orígenes,
a los días azules que Antonio recordara,
en los ojos el alma, al final de sus días.
Regreso a mis poetas,
a olvidar lo que he escrito,
a recordar como un sueño
que he vivido a tu lado,
a los secanos torno,
a los tesos varados bajo un cielo
-alto, azul, oceánico- preñado de tormenta
o clavando su cuchillo doloroso de sol
entre los campos yermos
como clava el arado su promesa incumplida.
Y camino por la tarde de orillas moribundas,
para buscar de nuevo, donde alguna vez estuvo,
el mar que yo añoraba y no encontré en el mar.

De ORENTO







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