Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona.
(MANUEL
GUTIÉRREZ NÁJERA)
Hay vidas que se quiebran
como versos
de cercenados poemas.
Las cunetas de la
literatura
están llenas de
cadáveres.
Fui
joven, me lavé los ojos y las letras
en
las aguas del Duero, bebí, amarillo y azul,
el
aire en las lentas tardes de Castilla, descubrí,
lo
confirmo ahora, que diciembre es un mes aciago
y
mayo puede ser un mes triste. Marché a morir lejos,
en
páginas de libros entonces ignorados.
Portaba
un puñado de poemas en los bolsillos
y
en las manos, toda la sed y mucho amor por descubrir.
Cumplidos
los cincuenta, supe del dolor
de
estar muerto y lloré a los poetas jóvenes que se fueron
como
si yo también me hubiera ido.
Leí
sus poemas, sus violines rotos al viento matinal.
Sentí
su intensa existencia, sus quebrados pasos,
sus
vidas como versos, sus poemas como sangre
en
los ojos sedientos y el repentino vacío.
Fenecí,
ya digo, porque murieron mis versos
o
quizá nunca nacieron y mi juventud fue un sueño
y
un despertar amargo de violeta nocturna.
Vuelto
ahora a la vida con la esperanza intacta
y
esperando a la muerte con los deberes hechos,
busco
aún el verso forjado en la ceniza, airoso sobre el polvo.
Y
me duelen la vida, los poemas nonatos, la obra breve,
la
obra en plenitud truncada por balas asesinas, tuberculosis, cáncer,
las
cárceles, el accidente fatal, la irónica existencia,
el
final autoimpuesto…
Es
bello el dolor de lo cercano quizás por ser más nuestro.
Y,
aunque quiera recordar a ciertos clásicos y ciertas latitudes,
me
vienen a la mente los que escriben
eternamente
con las huellas que comprendo
por
hermanas, me vienen a la boca los más próximos.
Y
me duele el recuerdo del más grande y más llorado,
Federico sin tumba y sin descanso.
Me
duelen los abiertos ojos de Miguel campesinamente ausente,
penalmente
silenciado.
Me
duelen las hercúleas rosas de Tomás Morales tronchadas y reunidas
en
un ramillete marino y modernista.
Me
duelen las derrotas de Marius Torres, vencido por la enfermedad y la poesía.
Me
duele la falta sin fondo de Miguel Labordeta.
Me
duele la locura de los Panero prefigurada por Juan y su accidente.
Aníbal
Núñez diluyéndose como un verso maldito, me duele.
Me
duele José Luis Hidalgo poniendo rostro a sus muertos
desde
la cama de un hospital con neumonía.
Me
duelen Carmen Jodra y Maria Mercè Marçal unidas
en
la distancia por el cáncer, la filología clásica y otros demonios.
Me
duele Juana Borrero y su última rima con sangre en vez de besos por los labios.
Me
duele Eduardo Haro rindiendo al sida su último verso.
Me
duele Roque Dalton ejecutado
porque
en todos los bandos hay asesinos
y
al poeta no lo salva ni Dios ni Marx.
Permitidme
citar doloridamente a los bardos soldados
de
otros tiempos y soslayada muerte, Garcilaso y Manrique...
y
recordar a los derrotados que descubrí en otro idioma nuestro
nutriendo
una antología de poetas muertos a una edad nada provecta
—Héctor,
Andrea, Ismael, Anna, Toni, Àlex—,
cada
cual con su trágica muerte y su circunstancia a cuestas.
Perdonadme
los olvidos y las limitaciones
de
todo polvo que aspira a ser de viento. Perdonadme el dolor.
Me
duelen los poemas inacabados y los jóvenes poetas suicidas:
Gabriel
Ferrater que no quiso cumplir los cincuenta,
Pedro
Casariego, mordido por un tren en Aravaca,
José
Asunción Silva con el corazón dibujado en el pecho,
Ángel
Ganivet y su persistencia en las heladas aguas de Riga,
Alfonsina,
leyenda ya del Mar del Plata,
y
Alejandra, Norma Jean de la poesía,
el
Rimbaud canario, Félix Francisco
Casanova,
Eduardo
Hervás que descubrió en el gas
la
poesía de los fluidos y la eternidad de la materia,
Javier
Egea definitivamente imbuido de otra sentimentalidad
y
Pablo del Águila jugando a la margarita rusa
de
la duda permanente: ¿accidente o suicidio?...
Me
duelen tantos otros que dejaron vacíos
de
negro manual a una edad tan prematura
y
no pueden estar aquí y parece que no hayan existido.
Me
afligen los abatidos tempranamente
y
los versos que nunca escribieron lloran en las madrugadas de óxido
fantasmales
ausencias que dejan en los ojos un recuerdo de nieblas.
En
tardes de pandemia rastreé sus pasos, la huella peregrina,
el
hueco de la nada, la imagen, la memoria, el poema quebrado.
Poetas
de vida breve y obra inconmensurable se fueron
por
el tiempo y sus arenas, memoria de ceniza, lluvia de olvido,
nombres
que se evaporan por la rima sonora de la aurora…
Alguno
ni siquiera llegó a escribir el verso
soñado
en la trinchera del lecho y de la ausencia,
otros
eran ya una estrofa de luz en cada esquina.
Me
duelen los poetas y todas sus muertes como duelen
las
nubes que son lluvia o son poema.
Me
duele la edad tronchada, las vidas traicionadas,
los
ojos con la hondura final de quienes amaron tanto.
Secretamente quisiera haber muerto como ellos.
Este poema fue elegido ganador del XXI Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma y Alba el 8 de enero de 2024 en Nava de la Asunción, provincia de Segovia, lugar tan vinculado a la vida y obra del poeta barcelonés.