Al fuego se le posee
con
los ojos.
JOSÉ HIERRO
I
TODO LO QUE POSEO se incendia ante mis ojos.
Los pinos de mi infancia de resinosa tea
y el mar que me atardece en su lenta marea
arden como mis versos en tardes de rastrojos.
Hay un viento que aviva en mi brasero rojos
rescoldos de poemas; impregnado de brea
el aire que preciso para arder me rodea
sobre el suelo que piso de quemados abrojos.
Un bosque devastado cuya sangre rezumo
oculta entre las llamas frustrados aleteos
sustento de la vida que a diario consumo.
Voy quemando palabras, pensamientos, deseos,
que devienen cenizas bajo altares de humo,
recuerdos calcinados de imposibles trofeos.
II
LOS LABIOS DE LA TARDE, entreabiertos y leves,
y cuerpos femeninos que el aire contornea,
el mar, tan infinito, cercano en la marea
y montes que sustentan al viento con sus nieves,
la luz que en primavera cristaliza en las breves
metáforas de flores, la vida que blanquea
en las esquinas óseas de una olvidada aldea,
penetran en los ojos con que a mirar te atreves.
El sol cada mañana brillando en la espadaña,
dulce placer silente que la vida produce,
cotidiana belleza despierta y te acompaña.
El fuego que avivamos crepita, crece, luce
en la noche del alma y ya, en áurea maraña,
un
batallón de chispas nos anima y conduce.
III
PERO TAMBIÉN LA MUERTE nos entra por los ojos.
Las muertes más lejanas penetran en las casas
dejando en la memoria sus incendiadas brasas,
sus frías llamaradas sobre cojines rojos.
Pero el dolor también, surgido entre matojos
que bordean el alma, llega impregnando gasas,
se instala en las conciencias adormecidas, lasas,
que ante dioses modernos se postraron de hinojos.
Y la maldad se adviene, abyecta, retorcida,
consumida en si misma, a las salas del alma.
Está la puerta franca, cangrenada la herida.
La fealdad nos ronda con su mirada calma
de amanecer oscuro, de noche sin salida.
Y el fuego de su mano nos oculta la palma.
IV
MEMORIA CENICIENTA o amarilla en estantes,
en el caso mejor, o un olvido rotundo
mientras miran las cosas como gira su mundo
y abren otros ojos sus fugaces instantes.
Palabras abrazadas, pesados contrincantes,
se disputan a muerte este espacio profundo
sobre el blanco impoluto del papel moribundo
donde deja la vida desmantelados guantes.
No queda más. La llama ya tan sólo devora
estas frases que siento bajar desde mi sangre,
torrente impetuoso que llegara a deshora.
No queda más, es todo. Dejad que me desangre
y mirad como arde el fuego que es aurora
tendiendo entre las nubes un ahumado palangre.
V
UNA MIRADA SÓLO más allá de este fuego
con que engaño a mis ojos, una mirada pido.
Donde nadie ha mirado ni siquiera dormido.
Más allá de las llamas, aunque me quede ciego.
Desangelada urdimbre para un posible luego,
con remedo de luz voy forjando el olvido,
esperanza futura
por vivir lo vivido,
por yacer para siempre callado entre el espliego.
O Dios, o fuego, o verso, ferviente llamarada
que iluminas de antiguo el camino que andamos,
déjame conocerte con sólo una mirada.
Déjame la palabra de luminosos ramos
ardiendo entre los dedos, como una cuchillada
apenas entrevista
del fuego que anhelamos.
Magníficos sonetos de versos alejándrinos que hablan de fuego y de tantas cosas. ¡Buen repertorio!
ResponderEliminarMagnificos sonetos de versos alejándrinos, que hablan del fuego y de tantas cosas. Y felicidades por este premio que pasa a engrosar tu colección.
ResponderEliminarGracias, Auri. El premio y los poemas tienen unos años. Tanto es así que pensaba que estaban en el blog. Al no encontrarlos los he colocado ahora.
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