Tienen nombre las calles que el
recuerdo transita. Nombres de sol y abril y el aroma dulzón de barro y golondrinas, nombres de
carámbano y nieve en los aleros, de leche en polvo y cuadernos con una escritura rubia donde
dormita un mundo de grafito y de tinta, de vasares vacíos y aquel libro de poemas
que ahora acaso comprendemos.
Tienen nombre las calles en la
tenue penumbra de rescoldo y de gas, de brasero y candil entre el brillo
fantasma del latón y la alpaca, de los pasos sin luna y rezos en latín.
Tienen nombre las calles, de
insignes personajes, de lugares dormidos en recónditos mapas, de magnos
sucedidos y cosas cotidianas, nombres que van cambiando como el agua en el
río y el tiempo en
el espejo.
Son nombres convocados en páginas
gloriosas de enciclopedia antigua que abre la memoria con olor a tomillo y
pinar encendido.
Tienen nombre las calles, los
vientos y los muertos. Tienen nombre y silencio, soledad y
penumbra.
Tienen nombres ocultos en la
piedra del rezo y las tumbas de olvido.
Tiene nombre el recuerdo en la
noche callada, en el frío de enero y el mayo enarbolado, en la lluvia que trae
rumor de siempreviva -melancolía, un patio de Sevilla, Leonor, Segovia
y una tumba en
Colliure.-
El camaleón del viento tiene
nombres, colores de espesa saliva y un látigo de arena.
De donde nace el viento nacen
también los nombres y aunque la boca calle la brisa los
recuerda con aliento de menta y
perfume de sal.
Los nombres que decimos ya no
serán los mismos cuando otros labios, otra voluntad los fije al viento de la tarde, a la
eternidad efímera de una cuartilla en blanco, a la luz mortecina de una farola
insomne.
Sólo
hay polvo. Lo sabes. Sólo polvo y olvido. Y el río en estiaje.
Las
casas arrumbadas, las calles ya sin pasos, antesala de muerte si no la muerte
misma.
Recuerdas
ahora acaso los libros que perdiste al mudarte de piel, al ir de un lado a otro
reptando
tus miserias, aquel quedarte ciego a la luz de una vela leyendo junto al
fuego mientras despeja el hielo los
cielos estrellados y canta entre los dientes el agua del arroyo.
Recuerdas
los amigos, los miedos y los sueños, el pañuelo, la maya, otro polvo en la piel
y el viento que pasaba secándote el sudor del juego y de la tarde.
Recuerdas
primaveras, el campo salpicado de estrellas amarillas, blancas, rojas, azules,
el aroma del verde y el rumor de los
pinos.
Recuerdas
ahora el río crecido en el otoño, henchido como un vientre preñado de tormentas,
la tierra fecundada y orujo en los lagares.
Recuerdas
las canciones, los romances de ciego, el canto de los grillos, la noche boca
arriba, el olor de la parva, del pan y del tomillo, la sequedad del hielo, la
levedad del vuelo del vencejo en la tarde.
Recuerdas
la campana repicando en la fiesta, doblando por los muertos, la colada en el
río y escuelas separadas, los primeros trabajos, los primeros cigarros en las
tardes de mus y madrugadas de alcohol y besos nunca
dados.
Recuerdas
porque quieres poner tu vida en limpio y buscas los diarios que nunca
terminabas, las cartas que perdiste, los versos
que encendieron el fuego del invierno.
Pero
sólo encuentras polvo, polvo y yerba en los caminos y en la vía sin trenes.
Tienen
nombres las calles que el recuerdo transita.
Deshace
el sol la niebla y el viento acarrea la memoria del polvo.
Niños
que no conoces superponen sus juegos a los juegos de entonces.
Hay
otro pueblo ahora creciendo junto al
Duero.
La vida con sus muertos es vida para otros y observa
desde el fondo de tus ojos tu rostro un hombre con un nombre igual al
tuyo. Con este poema he obtenido el IX Certamen de Poesía Ángel García López. Rota 26 de octubre de 2018
Aquí la reseña de Rota al día
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