jueves, 2 de diciembre de 2021

PERO NO CONVENCERÉIS

 

Salamanca amanecía con el color sepia de la piedra y las películas antiguas.

Fray Luis de León retomaba las clases. Y era ayer.

Antonio de Nebrija soñaba por sus calles la gramática de un idioma para llegar a nosotros. Y aún era más ayer.

Miguel de Unamuno, ayer todavía, repuesto en su cargo por los sublevados, creía en España y tomaba café en el Fortuny.

 

Más de setecientos años de saber y audacia, de ahormar la naturaleza humana y alimentar las mentes se deslizaban por las fachadas de la ciudad castellana que expandió el conocimiento y amparó con su manto académico las universidades del Nuevo Mundo. Amanecía aquel doce de octubre.

 

Poco importa ahora la literalidad del discurso de Don Miguel, el vasco universal, en el paraninfo frente al cuartelero mutilado Millán-Astray, ni su adhesión al levantamiento que tantas críticas le valió o el cese fulminante por parte de Franco, sus últimos, trágicos apuntes y su muerte en soledad. Unamuno, como buen bilbaíno, vivió y murió dónde y cómo le dio la gana. Luchó, como dijo Machado, contra sí mismo. Y eligió Salamanca para la postrera batalla, para llegar, sombrío, triste y atormentado hasta nosotros, como una figura de niebla y celuloide.

Salamanca no necesita vencer ni convencer. La arenisca del tiempo esparce conocimiento, conciencia y libertad. Está el ayer al mañana ligado. La luz y la sombra, sucediéndose, esculpen la ciudad pedagógica, seductora, franca, joven. Salamanca amanece como ayer, como amaneció en la oscura Edad Media.



Lo demás es historia, o leyenda, o silencio.







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